La vida podía ser muy puta, y
ella lo sabía muy bien. En cuestión de días su vida se tornó un infierno y en
gran parte causado por ella misma, por la importancia que ella le daba a las
cosas. Había llegado un punto en el cual
solo quería dejar de sentir, de pensar. Por eso se puso sus converse rojas, su
chaqueta de cuero negra y cogió el monedero y las llaves. Bajó al supermercado que
había a tan solo cinco minutos de su casa y compró una botella de vodka y unas
chocolatinas. Volvió sumergida en sus cosas, en la jodida sociedad que la
rodeaba; tan hipócrita, tan falsa, tan superficial… tan egoísta. “¿Qué hago yo aquí?” “¿Por qué tengo que
aguantar lo que esos hijos de puta hacen?” “¿Por qué tengo que aguantar toda
esta mierda?” Tan solo fueron
algunas de las preguntas que se hizo de camino a casa, aunque su casa solo
estuviese a cinco minutos.
Llegó y se encerró con su compra
en su cuarto, olvidándose de sus compañeras de piso. Abrió la botella y dio un
trago. Sintió como el frío líquido bajaba por su garganta y como ardía. Era una
buena mierda aquella. Dejó la botella al pie de su cama y mientras se colocaba
los auriculares y hacía sonar a Marea, se comió una chocolatina. De dos
bocados. No tardó en volver a dar un trago al vodka. Y otro más. Y otro. Y uno
más. Y así hasta que la botella se fue gastando de tantos besos robados y de
tantas caricias de manos temblorosas y frías. Su mente estaba borrosa, su vista
también. Lloraba, gritaba en silencio las letras que Marea le iba susurrando al
oído. Y todo a su alrededor se convirtió en un completo infierno. Ella lloraba,
gritaba en silencio a la luna para que la librase de esta puta mierda. Pero la
luna no la escuchaba, tan solo la miraba misteriosa desde las alturas, compadeciéndose
de su sufrimiento. Pero a ella no le bastaba con eso. No, no le bastaba. Si
nadie la podía ayudar, ella sola tendría que salvarse de este jodido mundo que
le provocaba nauseas siempre que echaba su aliento sobre ella. Y en un
fragmento de segundo había tomado la decisión. Volar. Siempre había querido
volar. Y era hora de hacerlo.
Unas ventanas abiertas, un noveno
piso. El frío aire de la noche y las estrellas y la luna observándola en
silencio. Que agradable sensación de libertad. Libertad. Sí. Ansiada libertad.
me encantan, la entrada y tu blog ♥
ResponderEliminarufff...que triste... retales de adolescencia cruel...
ResponderEliminarxxxxx
pero eso si, muy bien escrito.
Bufff, es genial como escribes, sigue así. Me encanta pasarme por tu blog :) Gracias a ti por pasarte por el mío.
ResponderEliminarBesossss.
Es terrible cuando uno se siente así....No sabemos que hacer, y menos que menos, si hacer..
ResponderEliminarEs el momento de mayor soledad y desesperacion...Pero hay que seguir luchando, liberarnos y seguir adelante...Siempre vendrán nuevas cosas, nuevas felicidades y nuevos motivos por los cuales vivir :)
Es una lástima que la única forma de libertad en algunas ocasiones sea esa. A mi vodka, chocolatinas y Marea me parece el paraíso. Pero, sí, siempre hay que llegar a un limite. Autodestruirse es tan sencillo.
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