He dicho que publicaría todo lo que fuese escribiendo, así que aquí está la práctica de hoy. Surgió a raíz de la canción que pongo a continuación, así que si queréis escucharla mientras leéis el pequeño texto, mejor. Tras escribirlo y releerlo, tengo la impresión de que es uno más de mis textos, uno de tantos que he escrito en estos últimos años. Necesito nuevas fuentes de inspiración, necesito nuevas ideas.
Cogió las llaves de casa
mecánicamente y salió corriendo dando un portazo tras de sí.
Bajaba las escaleras de dos en dos, sin siquiera fijarse en el
siguiente escalón. Bajó corriendo los cinco pisos y cuando ya
estuvo en la calle, se paró unos instantes para respirar
profundamente. Notaba como el hielo le atravesaba los pulmones y como
todo su cuerpo le reprochaba el haber salido sin coger un abrigo.
Pestañeó rápidamente para que sus ojos se acostumbrasen a ese
viento siberiano y salió corriendo. Se abría paso como podía entre
la gente, evitando tocar a nadie. Avanzaba e iba dejando atrás
calles, coches, edificios, personas... corrió y corrió hasta llegar
al puente de los miedos. Se apoyó en el frío borde de cemento
y miró hacia abajo. Agua. Miró hacia arriba: nubes. A su alrededor
la gente pasaba con normalidad, cada uno sumergido en sus propios
pensamientos, cada uno con sus problemas y sus alegrías. Y allí
estaba ella, con las pulsaciones golpeando sus sienes, con la nariz y
los pulmones ardiendo, con sus labios cortados, con sus ojos
ensangrentados por la rabia, por el odio, por la impotencia. Se
planteó tirarse, acabar con todo y de paso saborear el efímero
placer del vuelo, pero una melodía en su cabeza le daba la poca
fuerza que necesitaba para no hacerlo. Dicen que existen canciones
para cada momento y que tienen la capacidad y el poder de transportarte desde el infierno al paraíso con unas pocas notas, y ella creía
fervientemente en esa teoría. Una teoría que, una vez más, demostraba su superioridad.
Al otro lado del puente,
una persona se había parado para tomar unas fotografías que después
subiría a su página web, con la intención de mostrar ese precioso
paisaje invernal. Su cámara disparó unas cuantas veces, inmortalizando el lugar, el momento. Pero aquella persona siguió
allí, de pie, incluso después de haber hecho las fotos que quería.
Su atención había sido captada por una mujer desabrigada, que
estaba en los huesos y cuyo cabello estaba al cero. El único indicio
que tenía de su género era el vestido azul que llevaba.
Su cuerpo
se tensó ante las historias que iban inundando su mente y que
tomaban cada vez más fuerza. Ante ellas no sabía que actitud tomar,
si cruzar el puente y convertirse en una actriz más de la película,
aún cuándo podía estar equivocada, o seguir como espectadora,
suplicando no presenciar ningún acontecimiento desagradable. Pero no tuvo
la ocasión de decidirse, puesto que aquella mujer, se dio la vuelta,
y por unos instantes pensó que sus miradas conectaron. Fue en ese
momento cuando soltó el aire que había guardado en sus pulmones,
involuntariamente, y cuando su cuerpo empezó a relajarse y a vibrar como consecuencia de las sensaciones que había abrigado durante tan escasos minutos.
Cinco minutos después,
la chica del vestido azul se dio la vuelta y a paso lento volvió a
recorrer el camino de regreso, evitando secarse las lágrimas. Y la
fotógrafa corrió a su casa, temerosa e inspirada: había encontrado
a la que sería la protagonista de su obra maestra.
Oye, me encanta!
ResponderEliminar¡Muchísimas gracias, bonita!
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