Era un noche de
noviembre, fría y oscura, en la ciudad de Granada. Unas cuantas
personas, pocas para ser más exactos, nos encontrábamos en la
calle, en frente de la subdelegación del Gobierno. Estábamos allí,
helados, frustrados, cabreados y con una sensación de inquietud en
nuestras entrañas. Se podía notar la tensión en nuestros cuerpos,
en nuestros rostros, en nuestros gritos. Delante nuestra, gorilas con
cascos, porras y en cambio, sin identificación, nos vigilaban;
algunos incluso tenían alguna sonrisa irónica y divertida en sus
caras. A ambos lados, furgones de antidisturbios nos rodeaban,
amenazantes, drogados por el momento y quien sabe si por algo más.
Estábamos allí, transmitiendo nuestra rabia, defendiendo y pidiendo
la libertad de compañeros que habían sufrido esa misma mañana,
golpes, vejaciones, persecuciones y detenciones. Ellos estaban allí,
pocas horas antes, defendiendo un derecho a la educación que todos,
por nacimiento, deberíamos tener y que no deberíamos vernos
privados de él, porque unos cuantos orcos han decidido que ese
dinero es preferible invertir en otras cosas. Cosas, que por
supuesto, no nos incumbe a nosotros. Era una manifestación
tranquila, la de esa mañana, como la mayoría que tienen lugar en
esta ciudad. De hecho, nadie se esperaba lo que a continuación pasó.
Los perros falderos del Gobierno, decidieron que se aburrían
demasiado y que les apetecía un poco de marcha; ya sabéis, un poco
de deporte. Decidieron que a ese juego podían jugar todos, desde los
manifestantes, a alumnos de un instituto que había en esa misma
avenida y que a esas horas salían de clase.
Nuestra respuesta fue
inmediata: esa misma noche, nos volvimos a concentrar para quejarnos,
para mostrar nuestro malestar y para pedir la libertad de los
compañeros detenidos. Pero una vez más, esos... personajes,
volvieron a hacer uso de su impunidad, de su prepotencia, del derecho
que este Gobierno les otorga para pegar palos a unas personas que se
manifiestan pacíficamente. Al día siguiente, para excusarse, dirán
que unos cuantos manifestantes empezaron, que ellos simplemente
cumplieron con su deber: el de proteger la vía pública y mantener
la calma y el orden. Pero nadie nos borrará de la mente esas
imágenes y el miedo que sentimos. La adrenalina corría por nuestras
venas mientras nuestras piernas corrían buscando refugio e
intentando distanciarse de esos psicópatas que corrían detrás
nuestra, porra en mano y alzada, y que la golpeaban contra toda
aquella persona que se les ponía de por medio. No se nos olvidará
la imagen de compañeros heridos, y de otros en el suelo, con unos
cuantos antidisturbios al lado suya. No se nos quitará el miedo de
no saber que será de ellos mientras estén en esos furgones, con
esos monstruos, y mientras estén en el calabozo. Porqué seamos
realistas, en España, queridos, las fuerzas del Estado también
torturan; no hace falta irse a Guantánamo, a China o a Arabia Saudí.
Una vez más, se nos ha
demostrado que nosotros no importamos. Que lo que nosotros queremos,
no les interesa a los de arriba mientras ellos tengan su posición y
sus bolsillos asegurados, y que van a hacer todo lo posible para que
eso siga así. Por eso, nos inculcan el miedo: el miedo a los golpes,
a las excesivas multas, a las consecuencias de las detenciones.
Intentan callarnos, cohibirnos y que nos encerremos en nuestras casas
en vez de salir a la calle. Y ante estos intentos, yo me pregunto, ¿a
qué esperamos? ¿De verdad vamos a seguir con las manos alzadas como
posibles armas? No, no estoy incitando a la violencia, aunque dicho
así, parece que sí. Pero no. A lo que estoy incitando es a buscar
formas alternativas para quejarnos, para mostrar nuestro malestar y
para conseguir lo que nos proponemos y a lo que tenemos derecho;
porque no nos olvidemos, de que España, ha firmado la Carta
Universal de los Derechos Humanos, y los diferentes pactos
internacionales de Derechos Sociales, Culturales y Económicos.
¿Dónde queda su obligación (y deber) a defender y proteger esos
derechos? Están donde están por algo, y si no son capaces de
cumplirlo, tendrán que irse, y si no lo hacen, bueno, digo yo, que
tendremos que bajarlos nosotros mismos. Pero va siendo hora de
demostrarles que el poder, lo tenemos nosotros.
Recuerden, recuerden...
el cinco de noviembre...
Gracias, Fuerzas del Estado