El
tiempo pasaba y cada día salía y se ponía el Sol, echando en cara
su superioridad y su tradición a los desastres humanos que habitan
en la Tierra. El tiempo pasaba y las hojas de tonos anaranjados daban
paso a las calles tristes y sombrías, y éstas daban paso a los
árboles en flor, a los olores y a los colores tan alegres y cálidos,
que te sumían en una vida callejera que durante los meses anteriores
habías ansiado. Y después, estos meses amables, daban paso a un
torbellino de fuego, a las encerronas en casa a mediodía y a las
altas facturas eléctricas. El tiempo pasaba y pasaba, avanzaba, te
transportaba al futuro a un ritmo vertiginoso y del cual no eras
capaz de salir. Ibas creciendo, madurando, cogiendo estúpidas
costumbres que solo tenían sentido para ti. Pero mientras tú crecías, la ciudad seguía igual; puede que con los típicos cambios
de tiendas que cierran y otras que abren; de paradas de autobús que
se desplazan o desaparecen; de mercadillos que cambiaban de barrio...
Pero quitando eso y alguna que otra cosa más sin importancia, todo
seguía igual. Tu veías como cada día tu vida se volvía monótona,
aburrida, llena de rutinas y manías. Te desesperabas. Te frustrabas.
Y llorabas, gritabas, pataleabas y volvías de nuevo a llorar y a
gritar y a patalear. Querías volar, querías conocer nuevos mundos,
nuevas culturas, nuevas tradiciones, nuevas gastronomías... gente
nueva. Querías crecer y convertirte en esa golondrina que emigraba
con cada estación y que volaba libre por el cielo. Si te hubiesen
asegurado que estudiando ingeniería podrías haber construido una
maquina transportadora, habrías corrido a matricularte y te habría
importado poco pasarte casi media vida en busca de ese aparato, lo
habrías hecho encantada sabiendo que después podrías ir a todos
esos lugares: desayunar a la orilla del Sena mientras lees a Byron,
pasear por Central Park, comer en Barcelona, conocer gente nueva en
Fez, tomar el té en Tokio, cenar en Bangladesh y tomar un baño
nocturno en alguna maravillosa playa venezolana. ¡Y todo eso en un
solo día! Pero nadie te aseguraba ese descubrimiento, por lo que
preferiste enfrascarte en el mundo de la música, del arte, de las
letras. Soñabas con encontrar un trabajo que te permitiese ahorrar
lo suficiente como para, algún día, coger una mochila y empezar a
recorrer el mundo a pie y haciendo autostop. No era la idea más
sensata ni la más segura, pero eso ya te sobraba en tu vida. Ahora
querías riesgos, aventuras. Querías tanto cumplir ese sueño,
amiga, que de tanto quererlo te fuiste apagando, desesperando, desapareciendo.
sábado, 16 de noviembre de 2013
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Me ha encantado O_O! En serio, me encanta todos los detalles que dices y como lo describes todo de una forma que te introduces en el texto y te imaginas rápidamente todo lo que se dice ahí.
ResponderEliminarProgresas adecuadamente, Amalia (:
Un beso! ^^
Oh! ¡Muchísimas gracias! Me alegra muchísimo saber que he conseguido que te enfrascases en la lectura de este pequeño texto.
ResponderEliminarUn abrazo :)
Es lo malo de los sueños. Cuando empiezan a no cumplirse empiezas tú a apagarte... Pero aunque no todos, alguno podrá ser, así que es mejor no desesperarse y dejarse llevar :)
ResponderEliminarBueno ,a mi me alegra que has decidido dar el paso,te pareces a mi (jajajajaj), asi que me sitúo en el paisaje que tan bonito lo describes.Animo ,cariño ,y espero que lo lleves a buen puerto.Animo!
ResponderEliminarA PepitaGrilla: Eso es, siempre habrán sueños que si que se cumplan :)
ResponderEliminarA Viorica: Muchísimas gracias, mamá! *-*