Ha sido un día agotador;
un día de esos que se te hacen eternos y en los cuales no has parado
ni siquiera para comer. Uno de esos días que cuando te metes en la
cama, suspiras de puro gozo y desearías poder dormir horas y horas.
Han sido unos días
complicados y raros; parecía que el mundo se hubiese vuelto loco y
con él, tu vida se hubiese vuelto patas arriba. Estás deseando
apagar el ordenador, desconectar el móvil, apagar la luz, y
protegerte en los brazos de Morfeo. No quieres pensar más y tampoco
quieres que tu agenda electrónica esté pitando cada dos por tres
avisándote de que tienes que hacer cosas, cosas que aplazas una y
otra vez porqué no tienes tiempo para hacerlas. Y además, dentro
del caos, sientes la extraña, necesaria y obligada sensación de
mantener un determinado equilibrio y crear pequeñas olas de orden,
porque si no, tienes la impresión de que esto te acabará explotando
en la cara. Y así, con el agobio recorriendo tus entrañas,
repasando todas las cosas que tienes que hacer mañana, pero a la vez
con una imperiosa necesidad de desconectar, es como apagas el
ordenador, desconectas el móvil, apagas la luz y te proteges en los
brazos de Morfeo.
Necesidades