Una casa de uno de esos barrios típicos de San Francisco, una de esas casas empinadas, con dos pisos, y unas escaleras en cuyos lados descansaban unos arbustos y unas flores bien cuidadas. Una de esas casas en las cuales muchos desearían vivir. Una de esas típicas casas que tan solo su presencia hace que te imagines cientos de historias y cientos de vivencias que tal vez han tenido lugar allí o tal vez no. Una de esas casas en las cuales se celebraban fiestas cada fin de semana en los años 20, en donde se fumaban purros, se escuchaba y bailaba el charlestone, y en donde los hombres se dedicaban a jugar al poker mientras unas bellas señoritas les animaban y les tentaba a los más placenteros pecados. En donde un amor entre una bailarina profesional de charlestone y un militar recien curado de sus heridas de la Primera Guerra Mundial vivieron felices y comieron perdices rodeados de tres hermosos niños.
Una de esas casas de ensueño... no, no una de esas casas si no... LA CASA. Mi casa. Mi historia, mis recuerdos. Esa casa que ha sido testigo de tantos acontecimientos... esa casa que ahora o tal vez ahora no, pero dentro de poco tiempo sí, podrá ser testigo de como una vida se extingue y como el alma de esa persona se queda junto a la casa, pues ochenta años son pocos para disfrutar de mi casa, de esa casa que siempre quise y que gracias a él tuve.
La casa de los sueños