viernes, 27 de diciembre de 2013

Os presento a Jade

Amor... relación... pareja... no sé porque la gente se empeña en juntar a otros y en querer que todo el mundo tenga a alguien a su lado. Abuelas que te preguntan por tu novio, familiares que te preguntan cuando te vas a casar, conocidos de tus padres que de vez en cuando sueltan un “nos veremos pronto en alguna boda” y que te miran con cara de pillines como si lo supieran todo... y amigas que te preguntan constantemente por tu vida amorosa, como si en la semana que ha pasado sin veros hayas podido encontrar al amor de tu vida, a tu media naranja, a ese príncipe azul; y si no te gustan las naranjas ni el color azul, da igual, te jodes, porque deberían gustarte. A veces me da la sensación de que se empeñan tanto en juntarnos con alguien porque de esa forma justifican sus propias relaciones y sus malas elecciones; en fin, su mierda de vida tendría entonces, una razón. Pero no, señoras y señores, señoritas y señoritos, no, no es necesario tener a esa persona especial, ni empezar a pensar en campanas en cuanto vas acercándote a la treintena. No estoy diciendo que no es bonito, divertido o agradable tener a ese alguien, válgame dios, no quiero que le de un infarto a mi pobre abuela, que sueña con verme vestida de blanco y con que llegue casta y pura hasta el matrimonio, no, no es eso lo que estoy diciendo. A lo que me refiero es que se puede tener otra filosofía de vida, otras ideas, otras aspiraciones y entre todo esto puede estar el no querer casarse, el no querer tener una pareja estable.

Yo personalmente estoy harta de esos convencionalismos y ese imaginario colectivo según el cual una mujer es completa, feliz y agraciada por la vida, cuando se ha casado, tiene su propia casa y, como poco, un hijo. Será porque soy una lisiada emocional, quien sabe. Sí, habéis escuchado bien: una lisiada emocional. Soy una de aquellas personas que no saben como comportarse en una relación que no sea de compañerismo, de trabajo, de odios o de sexo de una noche o como mucho, de dos. Os parecerá exagerado, pero si os confieso una cosa, aquí entre nosotros, me pongo nerviosa incluso cuando un colega me pasa el brazo por los hombros, da igual con la intención con la que lo haga, yo me tenso, me preparo para una pelea, y no me refiero a ese tira y afloja en el cual salimos ganando los dos. Será por esto por lo que a lo mejor no me van las relaciones serias, y dicho así, sí, a mi abuela le dará un síncope si llega a saber esto. Pero en fin, no me voy a callar porque a mi entorno le pueda escandalizar mis ideas y mis opiniones.


A ver, no pretendo inculcar a nadie mis opiniones ni mi estilo de vida, al fin y al cabo cada uno es responsable de como se destroza la vida, pero oye, ya está bien de criticar a los demás por no cumplir con esas normas sociales implícitas. Yo soy feliz con mis sesiones de “aquí te pillo, aquí te mato” y con toda la cama para mi sola. Y me gusta eso de despertarme por las mañanas, tener mi maravilloso loft para mi sola y saber que puedo hacer lo que me apetezca sin que haya nadie pululando por allí. En el fondo soy una egoísta compulsiva a la cual no le gusta arreglar su vida en base a la de los otros, y no me crea ninguna satisfacción cuando tengo que hacerlo por algún amigo o familiar; puedo ser una persona maravillosa, buena amiga, buena hermana, hija, nieta... pero cuando las iniciativas salen de mi y no porque me lo pidan los demás, que le voy a hacer, me desagrada infinitamente eso de no poder hacer lo que me sale de mis perfectos ovarios tan solo por cumplir con las expectativas de los demás: hacer eso sería una soberana gilipollez. Eso sí, que lo hagan por mi me encanta, y me molestaría si no lo hiciesen. La verdad es que no tengo ni la menor idea de porque sigo teniendo amigos y de porque mi familia me sigue adorando; esto es algo que jamás comprenderé. En definitiva, no sé si los raros son ellos o yo. O ambos. Todos. Sí, creo que todos somos un poco raros, al menos a nuestra manera.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Bajo el sol de la Utopía


Soñábamos con utopías bajo el sol granaíno, a la merced del viento, amparados por la tímida sombra de un árbol. Nos encontrábamos en el mirador de San Nicolás, observando ciegamente el antiguo palacio nazarí, susurrando sueños, delicias libertarias que en el pasado fueron nuestras amigas y amantes y con las que creímos que algún día nos casaríamos. Pero fuimos unos ingenuos al pensar que nuestra lucha serviría para derrocar esos tiempos sombríos en los cuales vivíamos, para derrocar esas ideas lúgubres que recorrían las calles de los pueblos, de las ciudades. Fuimos inocentes por creer que el amor podría con la avaricia y el egoísmo. Tontos fuimos, amigo, por creer que podríamos acabar con el dolor, con la miseria, con esa tenebrosa idiotez tan solo con la palabra, pero nuestro momento ya pasó y ahora tan solo podemos sentarnos y hablar, soñar con utopías bajo el sol de nuestra querida Granada, y pensar que otros, más listos que nosotros, más enérgicos, seguirán esa lucha utópica en pos de un mundo mejor, más humilde, más solidario y en donde el amor, indiferentemente de su sexo, género, clase y color, sea lo que guíe a las personas, en vez del interés propio, de las ansias de poder. Allí, observando el paisaje nazarí, con guitarras sonando de fondo y voces mezclándose y perdiéndose en el aire, nos sonreímos, querido viejo, con lágrimas de melancolía en los ojos, y con nuestros corazones tatuados a base de agujas de guerra, y nos despedimos con un hasta pronto.

PD: Este es el microrrelato que presenté para el concurso de la Librería de Deusto. Mi primera participación en un concurso :)

domingo, 1 de diciembre de 2013

Un diálogo


Toc, toc, toc.
- Soy yo. -

Abre la puerta mientras se cepilla los dientes y cuando su hermana hubo entrado en el pasillo, corrió al baño a enjuagarse la boca. Desde allí escuchaba como ella cerraba la puerta y se iba quitando la bufanda y el abrigo.

- ¿Y qué te apetece hacer hoy? - Escuchó la pregunta, pero no contestó hasta que no se secó la cara y las manos con la toalla, y hasta que no salió del baño.

- Pues había pensado en ir a dar un paseo y a repartir algunos curriculums. - Salió del salón para dirigirse a su habitación. Tenía que ponerse las botas y coger algunas cosas antes de salir a la calle. - ¿Hace mucho frío? - Una afirmación por parte de su hermana le bastó para coger una bufanda y un gorro. No le gustaba tanta parafernalia en su atuendo, pero le gustaba menos pasar frío.

- ¿Aún no te han llamado de ningún sitio? - La joven estaba sentada en el sofá, observando la pared que tenía en frente, un poco aburrida pero no por eso menos preocupada por la suerte de su hermana.

- Qué va. Si no lo encuentro pronto, no sé lo que haré. - Le había dado vueltas al asunto un millón de veces y no encontraba ninguna salida. Había acabado la carrera de filología francesa hacía un año y desde entonces había trabajado en unos cuantos sitios, pero ninguno que le gustase y que tuviese relación con su carrera: camarera, repartidora de comida, limpiadora, incluso durante unas cuantas semanas estuvo repartiendo folletos en la calle. Pero en los últimos tres meses ni siquiera había encontrado trabajo de eso. Nada, no había encontrado nada. En este oscuro panorama, se había planteado incluso irse del país a buscar trabajo.

- No te preocupes, pronto saldrá algo. - Al menos eso es lo que esperaba ella; el darle ánimos era lo único que su hermana podía hacer. Por ahora ella seguía siendo una universitaria que tiraba de la beca para poder sobrevivir, pero no sabía que pasaría cuando acabase. Intentaba ahorrar al máximo, pero no es que una beca del Ministerio diese para mucho: a penas podía pagar los gastos del piso compartido.

- He pensado en irme al extranjero. No sé, a algún país nórdico o incluso a Canadá, aunque éste último me pilla un poco lejos y el billete es muy caro, sin contar los alquileres tan desorbitados que hay para mi economía. No, definitivamente, Canadá no. Pero a lo mejor podría ir a Inglaterra, o a Finlandia. Dinamarca dicen que también está muy bien. No sé, ¿tú qué opinas? - Entró en el salón y se sentó al lado de su hermana, abatida.

-Deberías utilizar todos los recursos que tienes aquí, y si ninguno funciona, pues entonces sí que podrías empezar a plantearte el irte, pero aún tienes tiempo. - Suspiró e intentó sonreír, pero sabía que su hermana necesitaba algo más que una sonrisa.

- Han pasado ya tres meses en los que he vivido a cuesta de lo que tenía ahorrado y de nuestros padres, y no quiero seguir así. Podría pedirles prestado para el billete y para uno o dos meses e irme ya. Nadie me asegura que encuentre algo aquí, pero allí a lo mejor tengo una posibilidad. - Miró a su hermana y vio que lo que iba a ser una divertida tarde de hermanas se había convertido en una deprimente tarde, así que se intentó animar, aunque fuese por ella y sonrió. - Bueno, venga, no nos vamos a deprimir. Salgamos a dar un paseo y luego podemos venir a ver una película aquí. - Ya tendría tiempo de pensar en su futuro cuando estuviese sola. Se levantó y tiró de su hermana pequeña para que se levantase y se vistiese.



   Su futuro era incierto, al igual que lo era para millones de personas en este país. No había trabajo, los recién licenciados y graduados tenían que verse sumergidos en un sin fin de trabajos en los cuales les pagaban una mierda y que no tenían nada que ver con lo que habían estudiado durante años. Pero al menos ella tenía la suerte de que estaba sola, y no había una familia dependiendo de su sueldo para poder vivir y comer, una suerte que no todo el mundo tenía. El índice de pobreza había aumentado en los últimos años, el paro más aún, y la desesperación de la gente estaba aumentando a pasos gigantes. Quién sabe cuanto tiempo más aguantarían. Por lo que a ella respecta, poco le faltaba, aunque ella lo solucionaría yéndose del país, ¿pero y los demás? ¿Se conformarían con este exilio forzoso o buscarían métodos más violentos para saciar su desesperación y su furia?

lunes, 25 de noviembre de 2013

Good bye, friend.


¿Eliminar contacto? El contacto se eliminará. Cancelar – Aceptar.

Tras pensárselo un segundo más, le dio a aceptar, borrando así todo rastro de su persona del móvil. Ya ni llamadas, ni mensajes, ni tampoco whatsapps. Adiós. Fin.

Llevaba tiempo esperando a que volviese a dar señales de vida, pero al ver que semanas e incluso meses después de su último encuentro, no volvía a saber nada de él, decidió que se había ido. No lo juzgaba, de hecho no tenía porqué hacerlo, ni tampoco le reprochaba nada, aunque en el fondo, tal vez, estuviese desilusionada, decepcionada. Pero sabía que esa relación no tenía futuro. Habían tenido algunos encuentros divertidos, donde las buenas vibraciones y la explosiva química lo inundaba todo, pero ya está. Había demasiadas cosas que los separaba y que no los llevaría a buen puerto. A lo mejor no tantas como las cosas que sí que tenían en común, pero por lo visto, si las necesarias para que él lo dejase todo, sin decirle siquiera adiós. En el fondo eso es lo que la cabrea, el hecho de que no tuviese el coraje de decirle que hasta allí habían llegado. Ella no habría dicho nada, lo habría entendido. Sí, le habría jodido, pues había empezado a sentir cariño por él, pero siempre fue consciente de que llevaban vidas diferentes, por lo que le habría dicho que se cuidase y que hasta siempre. Sí, el problema era la valentía, o mejor dicho la escasez de valentía, de él; le jodía pensar en él como un cobarde. A lo mejor porqué le cuesta tanto pensar en él de esa forma es por lo que intenta pensar que tenía otros motivos para no haberle dicho nada; motivos que lo único que consiguen es preocuparla y hacer que se invente mil y una historias sobre lo que le ha podido pasar, pero en el fondo ella sabe que son tan solo eso, historias, y que la verdad era que habían llegado a un punto de su relación que le aterraba. Lo que él no sabía era que a ella le pasaba lo mismo. Estaba asustada porque no quería absolutamente nada con nadie, un polvo rápido y listo; pero con él era diferente, porque realmente la hacía sentir bien, no especial, si no simplemente bien, y eso era más de lo que los demás habían conseguido.

Él se tenía que haber sentido especial por haber conseguido que ella se abriese como lo hizo, que le contase sus miedos, inquietudes y que dejase a la vista sus imperfecciones. Pero ella quiere pensar que no todo el mundo tiene porque apreciar esas cosas como ella lo hace. Sabe que él le tuvo cariño, y lo sabe porque confiaba en él y esa confianza no quiere estropearla con paranoias ni con malos pensamientos infundados, sobre todo, por el tipo de relación que la sociedad considera “buena” o “mala”. La suya era una relación rara, diferente. Una de esas en las que cada uno tenía total libertad, donde no habían celos, ni dudas sobre el cariño que se sentían. Para ella era peculiar en el sentido de que por una vez en su vida, no se sentía juzgada y no sentía vergüenza por hacer el ridículo delante de él.


En definitiva, su relación era una de las tantas contradicciones que había en su vida: sabía que no tendría un buen final, pero el viaje le merecía muchísimo más la pena. Esos vaivenes que vivían, la divertían, la hacían vibrar y sentir algo, lo que fuese, pero la hacían sentir y eso hacía que sus días fuesen más llevaderos, más agradables. No, no era una depresiva ni una mutilada emocional que lo necesitaba a él para sentirse bien, no, simplemente que -como todo el mundo- tenía sus días, y en esos momentos, él la ayudaba: su simple idea la animaba. Pero esos tiempos han pasado, y en su opinión ya habían durado más de lo que esperaba. Ahora él ha desaparecido, y ella por fin ha tomado la decisión de borrar todo rasgo suyo de su vida. No para hacer como que nunca ha existido, si no para borrar la esperanza de que algún día volverá, porque esa idea no le trae nada positivo, y ya se ha cansado de esperar en vano. Sabe que él no volverá, y bueno, aunque lo eche de menos, sabía que este momento llegaría.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Necesidades

  


Ha sido un día agotador; un día de esos que se te hacen eternos y en los cuales no has parado ni siquiera para comer. Uno de esos días que cuando te metes en la cama, suspiras de puro gozo y desearías poder dormir horas y horas.


Han sido unos días complicados y raros; parecía que el mundo se hubiese vuelto loco y con él, tu vida se hubiese vuelto patas arriba. Estás deseando apagar el ordenador, desconectar el móvil, apagar la luz, y protegerte en los brazos de Morfeo. No quieres pensar más y tampoco quieres que tu agenda electrónica esté pitando cada dos por tres avisándote de que tienes que hacer cosas, cosas que aplazas una y otra vez porqué no tienes tiempo para hacerlas. Y además, dentro del caos, sientes la extraña, necesaria y obligada sensación de mantener un determinado equilibrio y crear pequeñas olas de orden, porque si no, tienes la impresión de que esto te acabará explotando en la cara. Y así, con el agobio recorriendo tus entrañas, repasando todas las cosas que tienes que hacer mañana, pero a la vez con una imperiosa necesidad de desconectar, es como apagas el ordenador, desconectas el móvil, apagas la luz y te proteges en los brazos de Morfeo.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Gracias, Fuerzas del Estado

Era un noche de noviembre, fría y oscura, en la ciudad de Granada. Unas cuantas personas, pocas para ser más exactos, nos encontrábamos en la calle, en frente de la subdelegación del Gobierno. Estábamos allí, helados, frustrados, cabreados y con una sensación de inquietud en nuestras entrañas. Se podía notar la tensión en nuestros cuerpos, en nuestros rostros, en nuestros gritos. Delante nuestra, gorilas con cascos, porras y en cambio, sin identificación, nos vigilaban; algunos incluso tenían alguna sonrisa irónica y divertida en sus caras. A ambos lados, furgones de antidisturbios nos rodeaban, amenazantes, drogados por el momento y quien sabe si por algo más. Estábamos allí, transmitiendo nuestra rabia, defendiendo y pidiendo la libertad de compañeros que habían sufrido esa misma mañana, golpes, vejaciones, persecuciones y detenciones. Ellos estaban allí, pocas horas antes, defendiendo un derecho a la educación que todos, por nacimiento, deberíamos tener y que no deberíamos vernos privados de él, porque unos cuantos orcos han decidido que ese dinero es preferible invertir en otras cosas. Cosas, que por supuesto, no nos incumbe a nosotros. Era una manifestación tranquila, la de esa mañana, como la mayoría que tienen lugar en esta ciudad. De hecho, nadie se esperaba lo que a continuación pasó. Los perros falderos del Gobierno, decidieron que se aburrían demasiado y que les apetecía un poco de marcha; ya sabéis, un poco de deporte. Decidieron que a ese juego podían jugar todos, desde los manifestantes, a alumnos de un instituto que había en esa misma avenida y que a esas horas salían de clase.

Nuestra respuesta fue inmediata: esa misma noche, nos volvimos a concentrar para quejarnos, para mostrar nuestro malestar y para pedir la libertad de los compañeros detenidos. Pero una vez más, esos... personajes, volvieron a hacer uso de su impunidad, de su prepotencia, del derecho que este Gobierno les otorga para pegar palos a unas personas que se manifiestan pacíficamente. Al día siguiente, para excusarse, dirán que unos cuantos manifestantes empezaron, que ellos simplemente cumplieron con su deber: el de proteger la vía pública y mantener la calma y el orden. Pero nadie nos borrará de la mente esas imágenes y el miedo que sentimos. La adrenalina corría por nuestras venas mientras nuestras piernas corrían buscando refugio e intentando distanciarse de esos psicópatas que corrían detrás nuestra, porra en mano y alzada, y que la golpeaban contra toda aquella persona que se les ponía de por medio. No se nos olvidará la imagen de compañeros heridos, y de otros en el suelo, con unos cuantos antidisturbios al lado suya. No se nos quitará el miedo de no saber que será de ellos mientras estén en esos furgones, con esos monstruos, y mientras estén en el calabozo. Porqué seamos realistas, en España, queridos, las fuerzas del Estado también torturan; no hace falta irse a Guantánamo, a China o a Arabia Saudí.

Una vez más, se nos ha demostrado que nosotros no importamos. Que lo que nosotros queremos, no les interesa a los de arriba mientras ellos tengan su posición y sus bolsillos asegurados, y que van a hacer todo lo posible para que eso siga así. Por eso, nos inculcan el miedo: el miedo a los golpes, a las excesivas multas, a las consecuencias de las detenciones. Intentan callarnos, cohibirnos y que nos encerremos en nuestras casas en vez de salir a la calle. Y ante estos intentos, yo me pregunto, ¿a qué esperamos? ¿De verdad vamos a seguir con las manos alzadas como posibles armas? No, no estoy incitando a la violencia, aunque dicho así, parece que sí. Pero no. A lo que estoy incitando es a buscar formas alternativas para quejarnos, para mostrar nuestro malestar y para conseguir lo que nos proponemos y a lo que tenemos derecho; porque no nos olvidemos, de que España, ha firmado la Carta Universal de los Derechos Humanos, y los diferentes pactos internacionales de Derechos Sociales, Culturales y Económicos. ¿Dónde queda su obligación (y deber) a defender y proteger esos derechos? Están donde están por algo, y si no son capaces de cumplirlo, tendrán que irse, y si no lo hacen, bueno, digo yo, que tendremos que bajarlos nosotros mismos. Pero va siendo hora de demostrarles que el poder, lo tenemos nosotros.

Recuerden, recuerden... el cinco de noviembre...


Pólvora


La tierra se sacudía, temblaba y yo la sentía. Escuchaba como retumbaba en mis oídos y una mezcla de dolor, satisfacción y adrenalina, me invadía. Había cientos de personas allí, todas apretujadas; podía notar el codo de la persona de al lado en mi costado y como se iba haciendo hueco entre mis carnes. También podía apreciar la calvicie del señor de enfrente, y el olor de su acompañante, un hedor a tabaco y a carajillo. La emoción y la alegría que ese momento me provocaba, se veían renegadas a un segundo plano por el cansancio de noches sin dormir, por la larga espera de este momento y por esa invasión de mi espacio vital que tanto me turbaba. En estos momentos podía parecer, perfectamente, un zombie. Pero no me movía. En parte porque la gente allí congregada me lo impedía y por otra, porque el deseo de estar en la última mascletá del año podía con mi cansancio; además, para una a la que venía. Yo era de aquellas personas que no pisaba el centro de la ciudad a esas horas, en todo el mes, pero el último día, esa última mascletá, no me la perdía por nada del mundo. Era la más visitada, la más deseada, la más apabullante y la más ensordecedora. Se podía escuchar desde cualquier parte de la ciudad, y si estabas en el centro, aun cuando no estuvieses en la misma parte donde ella tenía lugar, la notabas bajo tus pies. Era así de magnifica.

Y es que por ese delicioso olor a pólvora, aguantaba esos apretones, ese sol golpeando mi cabeza, el cansancio, la resaca, y la hora y media que tardaba en salir de allí una vez acabada y finalizada la fiesta. Es ese olor a pólvora, tan magnífico y deseado, con el cual yo, y ella, y él, y muchos más, soñábamos durante todo el año.  


martes, 19 de noviembre de 2013

El poeta


“Siempre soñadora,
Siempre libre y perfecta,
Viajera de los tiempos...”

- No, no. Esto es pura basura. - Hablaba con ímpetu, alzaba la voz, suspiraba, y maldecía a ritmos incomprensibles. En definitiva, estaba hecho un manojo de nervios. Escribía, releía, se cabreaba y entonces acababa tachando con rabia las palabras que había impreso en el papel y volvía a empezar: otras palabras que se unían en un intento de formar nuevos versos. Pero nada. Tenía la impresión de que cada vez lo hacía peor. Lo que escribía no tenía sentido y menos aún, música. Llevaba intentando escribir un poema desde hacía horas, cuando el sol aún estaba en su máximo apogeo, pero no lo había conseguido. Ahora estaba anocheciendo y él se encontraba sentado delante de una mesa, con una lampara encendida a su lado y rodeado de papeles, bolígrafos, tazas con rastros de café y restos inservibles de manzanas. No se sabía muy bien si tenía sangre o café en las venas, aunque por su nerviosismo e inquietud podría decirse, más bien, que lo segundo.

“Tú, siempre fiel, siempre amante y amada,
Tú, tifón primaveral”


«¿Tifón primaveral?» se preguntaba molesto y asombrado. «¡Ni qué estuviese hablando sobre el amor!» seguía pensando mientras volvía a tachar. No es que fuese un gran conocedor de ese mítico misterio existencial, pero pensaba que tenía protestad suficiente para opinar sobre el tema debido a que se sabía todo lo referente a él, todo lo que salía en los libros, por supuesto. Al final, acabó tachando con furia toda la hoja, marcándola a base de tinta negra y frustración. La arrancó, la convirtió en una pelota dispuesta a jugar a ser encestada y la tiró en la mesa, junto a todas las demás. Poco después de golpear la libreta con la punta del Bic, se levantó, arañando el suelo con la silla y provocando un ruido, que algunos describirían como «chirriante, molesto, desagradable». Cinco minutos después volvía al salón con una manzana medio mordisqueada y una taza de café frío, dispuesto a seguir, eso sí, con el mismo estado de animo anterior: derrotado y frustrado. 

domingo, 17 de noviembre de 2013

Una historia lacerante





Dejarme que os cuente mi historia.
Yo nací hace unas décadas, en algún lugar de ese continente llamado Europa. Hasta entonces estaba esparcida, separada. Pero hace aproximadamente sesenta años me unificaron y me convirtieron en lo que fui hasta hace poco. Desde entonces no he parado de ver cosas, de sentirlas. He sido testigo de guerras, de revoluciones, de inconformidades. La gente que vivía en mis casas, en mis edificios, que paseaban todos los días por mis calles, estaban siempre discutiendo entre sí, riñendo, gritando, peleando. Algunas veces los motivos eran religiosos, demasiada diversidad; otras era por las nacionalidades que me componían: diferentes etnias. La lengua tampoco beneficiaba: habían muchas. Los motivos de lucha por el poder y las heridas del pasado tampoco ayudaban a un mejor entendimiento. Por lo que era normal que estallasen conflictos cada dos por tres. Yo lo entendía, aunque sangraba cada vez que tenían lugar. Era doloso, ¿sabéis? Ver como me destruían a mi con sus armas y como se destruían a ellos mismos. Pero eso no era lo que más me afectaba, pues en lo que a mi respecta, puedo sobrevivir con unas cuantas heridas, y en lo que respecta a ellos, bueno, yo no soy nadie para interferir en sus problemas. No, lo qué más me afectaba y por lo que aún hoy en día sigo llorando, es por los otros.

Durante estos conflictos vi a gente inocente, gente que nada tenía que ver con estos problemas, sufrir y padecer algo que no habían buscado, algo que no querían y en lo que no creían. Eran esas personas a las que les daba igual la religión, la etnia, la lengua, en definitiva, la cultura de los demás, porque en su trato hacia ellos no se fijaban en eso, si no en las relaciones que día a día se iban creando entre ellos por ser vecinos, compañeros de clase, de trabajo, por ser medico y paciente, vendedor y cliente. Fueron personas que se vieron separadas de familiares, de amigos, de conocidos, por un conflicto que no querían. Son gente que no sufrieron tan solo el exilio y la separación de sus allegados, si no que también sufrieron perdidas, hambrunas, desgracias que jamás se os pasarían por la cabeza y que no se las deseo ni a mi peor enemigo. Y por esa gente, que sin comerlo ni beberlo, llegaron a sufrir incluso más que los causantes de estas guerras, es por quien más sufro. 

Ahora han pasado algunos años y vuelvo a estar dividida, separada, esparcida, pero es mejor así. Yo respiro mejor y creo que ellos también. Pero nadie nos quitará de la memoria que sufrimos, que al daño causado por nuestras diferencias internas, se unieron los daños provocados por algunos personajes y organizaciones externas, y que nadie nos echó una mano por solidaridad, ni siquiera por compasión. Nadie nos quitará de nuestra memoria colectiva, que fuimos masacrados por las ansias de poder, por las ideas de crear fronteras bajo cualquier circunstancia, por las ansías de controlarnos. A lo mejor todo ha acabado, o a lo mejor eso es lo que algunos piensan o quieren hacernos pensar, pero ese pasado atroz, lacerante, sigue allí y seguirá para siempre, porque yo, Yugoslavia, estaré siempre recordando lo que unas ideas, creadas y defendidas tan solo por unos cuantos, y unos intereses propios y ajenos, pueden hacer a todo un mundo.

NATO= OTAN

sábado, 16 de noviembre de 2013

El tiempo frustrado


El tiempo pasaba y cada día salía y se ponía el Sol, echando en cara su superioridad y su tradición a los desastres humanos que habitan en la Tierra. El tiempo pasaba y las hojas de tonos anaranjados daban paso a las calles tristes y sombrías, y éstas daban paso a los árboles en flor, a los olores y a los colores tan alegres y cálidos, que te sumían en una vida callejera que durante los meses anteriores habías ansiado. Y después, estos meses amables, daban paso a un torbellino de fuego, a las encerronas en casa a mediodía y a las altas facturas eléctricas. El tiempo pasaba y pasaba, avanzaba, te transportaba al futuro a un ritmo vertiginoso y del cual no eras capaz de salir. Ibas creciendo, madurando, cogiendo estúpidas costumbres que solo tenían sentido para ti. Pero mientras tú crecías, la ciudad seguía igual; puede que con los típicos cambios de tiendas que cierran y otras que abren; de paradas de autobús que se desplazan o desaparecen; de mercadillos que cambiaban de barrio... Pero quitando eso y alguna que otra cosa más sin importancia, todo seguía igual. Tu veías como cada día tu vida se volvía monótona, aburrida, llena de rutinas y manías. Te desesperabas. Te frustrabas. Y llorabas, gritabas, pataleabas y volvías de nuevo a llorar y a gritar y a patalear. Querías volar, querías conocer nuevos mundos, nuevas culturas, nuevas tradiciones, nuevas gastronomías... gente nueva. Querías crecer y convertirte en esa golondrina que emigraba con cada estación y que volaba libre por el cielo. Si te hubiesen asegurado que estudiando ingeniería podrías haber construido una maquina transportadora, habrías corrido a matricularte y te habría importado poco pasarte casi media vida en busca de ese aparato, lo habrías hecho encantada sabiendo que después podrías ir a todos esos lugares: desayunar a la orilla del Sena mientras lees a Byron, pasear por Central Park, comer en Barcelona, conocer gente nueva en Fez, tomar el té en Tokio, cenar en Bangladesh y tomar un baño nocturno en alguna maravillosa playa venezolana. ¡Y todo eso en un solo día! Pero nadie te aseguraba ese descubrimiento, por lo que preferiste enfrascarte en el mundo de la música, del arte, de las letras. Soñabas con encontrar un trabajo que te permitiese ahorrar lo suficiente como para, algún día, coger una mochila y empezar a recorrer el mundo a pie y haciendo autostop. No era la idea más sensata ni la más segura, pero eso ya te sobraba en tu vida. Ahora querías riesgos, aventuras. Querías tanto cumplir ese sueño, amiga, que de tanto quererlo te fuiste apagando, desesperando, desapareciendo.  

viernes, 15 de noviembre de 2013

El puente de los miedos

He dicho que publicaría todo lo que fuese escribiendo, así que aquí está la práctica de hoy. Surgió a raíz de la canción que pongo a continuación, así que si queréis escucharla mientras leéis el pequeño texto, mejor. Tras escribirlo y releerlo, tengo la impresión de que es uno más de mis textos, uno de tantos que he escrito en estos últimos años. Necesito nuevas fuentes de inspiración, necesito nuevas ideas.



          Cogió las llaves de casa mecánicamente y salió corriendo dando un portazo tras de sí. Bajaba las escaleras de dos en dos, sin siquiera fijarse en el siguiente escalón. Bajó corriendo los cinco pisos y cuando ya estuvo en la calle, se paró unos instantes para respirar profundamente. Notaba como el hielo le atravesaba los pulmones y como todo su cuerpo le reprochaba el haber salido sin coger un abrigo. Pestañeó rápidamente para que sus ojos se acostumbrasen a ese viento siberiano y salió corriendo. Se abría paso como podía entre la gente, evitando tocar a nadie. Avanzaba e iba dejando atrás calles, coches, edificios, personas... corrió y corrió hasta llegar al puente de los miedos. Se apoyó en el frío borde de cemento y miró hacia abajo. Agua. Miró hacia arriba: nubes. A su alrededor la gente pasaba con normalidad, cada uno sumergido en sus propios pensamientos, cada uno con sus problemas y sus alegrías. Y allí estaba ella, con las pulsaciones golpeando sus sienes, con la nariz y los pulmones ardiendo, con sus labios cortados, con sus ojos ensangrentados por la rabia, por el odio, por la impotencia. Se planteó tirarse, acabar con todo y de paso saborear el efímero placer del vuelo, pero una melodía en su cabeza le daba la poca fuerza que necesitaba para no hacerlo. Dicen que existen canciones para cada momento y que tienen la capacidad y el poder de transportarte desde el infierno al paraíso con unas pocas notas, y ella creía fervientemente en esa teoría. Una teoría que, una vez más, demostraba su superioridad.


          Al otro lado del puente, una persona se había parado para tomar unas fotografías que después subiría a su página web, con la intención de mostrar ese precioso paisaje invernal. Su cámara disparó unas cuantas veces, inmortalizando el lugar, el momento. Pero aquella persona siguió allí, de pie, incluso después de haber hecho las fotos que quería. Su atención había sido captada por una mujer desabrigada, que estaba en los huesos y cuyo cabello estaba al cero. El único indicio que tenía de su género era el vestido azul que llevaba. 

Su cuerpo se tensó ante las historias que iban inundando su mente y que tomaban cada vez más fuerza. Ante ellas no sabía que actitud tomar, si cruzar el puente y convertirse en una actriz más de la película, aún cuándo podía estar equivocada, o seguir como espectadora, suplicando no presenciar ningún acontecimiento desagradable. Pero no tuvo la ocasión de decidirse, puesto que aquella mujer, se dio la vuelta, y por unos instantes pensó que sus miradas conectaron. Fue en ese momento cuando soltó el aire que había guardado en sus pulmones, involuntariamente, y cuando su cuerpo empezó a relajarse y a vibrar como consecuencia de las sensaciones que había abrigado durante tan escasos minutos.



Cinco minutos después, la chica del vestido azul se dio la vuelta y a paso lento volvió a recorrer el camino de regreso, evitando secarse las lágrimas. Y la fotógrafa corrió a su casa, temerosa e inspirada: había encontrado a la que sería la protagonista de su obra maestra.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Malagradecido



Nos levantamos por la mañana, arrancados de los brazos de Morfeo por una estridente alarma que nos devuelve a la rutina, a la fría sociedad capitalista, cuyo nombre es Dinero y cuyo apellido es Alienación. Y a partir del momento en el cual abrimos los ojos y nos damos cuenta donde estamos, comienza una serie de actos roboticos y rutinarios que nos convierte en marionetas de un sistema consumista y de constante apariencia. Que sí un café hecho por una maquina a la cual solo tienes que darle a un botón y que tú piensas que te ha facilitado la vida. Qué sí la lectura de un periódico, o un vistazo a las noticias, con la intención de "estar al día" y "saber que sucede en el mundo". Noticias censuradas, sensacionalistas. Y luego... que sí un trabajo que te reduce tan solo a un número más; que sí unas clases en algún centro que dice educarte pero sólo te enseña lo que les conviene y a ser uno más de la manada. Una comida cuyo plato principal es un trozo de cadáver que te han dicho que ha muerto de forma digna y que se ha sacrificado para que tú, un ser superior, tenga algo que llevarse a la boca, ya que el resto de alimentos son tan escasos...

Ordenes de los de arriba, normas sociales que si no cumples eres un hereje... Un sistema que te mangonea, insulta, ofende, que te reduce a algo insignificante y que si osas criticar y/o cambiar, eres un antisistema que se merece que unos tíos con instinto de Hulk te enseñen de la mejor forma posible, cual es tu lugar y que es insultante morder la mano que te da de comer y que sólo busca tu bienestar. Tú, antisistema malagradecido, lo que deberías hacer es lamerle los zapatos a aquellos que cobran tan poco y que trabajan tanto para que tú vivas como un Rey. Una mano que te enseña como formar parte de una misma sociedad, donde todos son iguales. ¿No querías igualdad? Pues aquí la tienes, y si no, pregúntale al Rey.

Deseo

Y qué decir que era un caos, era una de esas personas rodeadas de desorden, que pensaba que incluso dentro del caos podría encontrar el orden pero qué para encontrarlo podía pasarse tranquilamente medio siglo. Y aún a pesar del desorden que la rodeaba, adoraba el orden: quería que todo estuviese en su sitio y si había algo que no iba acorde a su entorno y situación, se molestaba. Algo chirriaba ante sus sentidos y se volvía un poco... insoportable, sí, esa es la palabra. Era un poco neurótica. Sobre todo con algunas cosas. Por ejemplo, no entendía la manía de la gente de mezclar cosas en busca de vanguardias alimentarias y estéticas. ¿Qué hay que descubrir cosas nuevas y evolucionar? ¡No a costa de la armonía y la estética! Ni que nos hubiésemos vuelto locos, habría dicho. Era un ser extraño, sobre todo por algunas manías que tenía. Te cuento. Siempre tenía que llevar los ojos perfilados, incluso para dormir. La palidez de sus pestañas la volvía insoportable y por eso siempre tenía un lápiz de ojos a su alcance, indiferentemente de dónde se encontraba, con quien o porqué. Nunca llegué a saber si era porqué siempre quería estar presentable para dar una buena imagen o porqué adoraba sus ojos verdes perfilados por el azabache. A lo mejor era por las dos cosas, quien sabe. Esto también pasaba con el carmín. Vale que no dormía con él puesto, pero lo llevaba hasta para estar por casa. Pocos llegaron a ver el color rosáceo pálido de sus labios. Pero en este caso estoy convencido de que era por un fetiche suyo, uno de los tantos que tenía. ¿O era por su narcisismo? Bueno, qué más da, si para ella el fetichismo y el narcisismo iban de la mano; primos hermanos les llamaba. Otra manía que tenía era la de llevar siempre un libro y una pequeña libreta en el bolsillo. Siempre en el mismo bolsillo y siempre el mismo libro. No sabría decirte cual era, pero creo que de algún francés. No sería extraño, pues era una sabelotodo de la literatura francesa. A veces podía ser demasiado nacionalista, lo admito. Ese orgullo francés que conlleva haber nacido en un país que fue la cuna de la Ilustración y cuyos intelectuales y literarios impregnan aún hoy nuestra historia occidental, la subyugaba. Pero contra todo pronóstico, su director de cine favorito no era francés, si no uno de esos yanquis. Cosa extraña, he de deciros, ya que sentía un amor odio por todo lo que proviniese de ese país. Cada domingo a las ocho de la mañana se levantaba y se ponía una película de ese director, Woody Allen, pero siempre eran películas donde le daba una gran importancia a la ciudad en dónde tenía lugar la historia: Annie Hall, Manhattan, Midnight in Paris... Las adoraba.

Un personaje curioso esta joven, uno de esos que no sabes si querer u odiar, porqué la indiferencia con ella no funciona. Quizá ambas cosas, en diferentes momentos. ¿Cómo no odiarla cuando se pasaba la vida mirándote con prepotencia y haciendo comentarios mordaces hacia todo y hacia todos? Pero, oh queridos/as, cómo no amarla cuando se contoneaba delante mía y me sonreía con esos labios color carmín y ese olor a invierno que desprendía de su melena cuando se agitaba en busca de una taza limpia para el té y su ceño fruncido cuando no la encontraba y tenía que limpiarla ella misma. Era en esos momentos cuando habría dado cualquier cosa por poder tocarla y quitarle ese color rojo pasión para enseñarle al mundo su delicioso color rosáceo pálido. Ese rosáceo que te noqueaba y te convertía en un ser salvaje, dispuesto a cometer los más viles crímenes con tal de que esos labios fuesen tan solo tuyos. Tuyos. Míos. Sólo míos.

Nuevo proyecto


Desde que era pequeña empecé a aficionarme a la literatura, y con el paso de los años, también a la escritura, pero siempre de una forma superflua. Ahora he decidido que es el momento de tomar una decisión sobre si quiero o no llegar a dedicarme a la literatura profesionalmente y he decidido que sí, que entre otras cosas, me gustaría dedicarme a la literatura profesionalmente. Pero no me veo con la capacidad suficiente de hacer grandes cosas, es por eso por lo que he decidido empezar un proceso de un año de duración para formarme: ortografía, gramática, técnicas, creación literaria, etc. Una vez finalizado ese año, empezaré una obra para presentar a algún concurso literario. Soy consciente de que si quiero dedicarme a esto en algún momento de mi vida, estaré en constante proceso de formación, pero para ello necesito una base, y es justamente ésta la que quiero conseguir en este corto y a la vez largo, periodo. Todo lo que vaya escribiendo lo subiré aquí, a mi blog, a este pequeño espacio que lleva conmigo ya más de tres años. 

Me gustaría pediros un favor: cualquier cosa que veáis que me puede servir (talleres, cursos, webs, noticias, artículos, documentos, bibliografía, etc.) me la paséis. Prometo devolveros el favor. 


EDITO: Desde que he publicado esta entrada, hace tres días, me han hablado sobre el NaNoWriMo, un concurso que tiene lugar durante el mes de noviembre y que consiste en escribir durante todo ese mes, una obra de 50.000 palabras. El reto no es ganar el concurso, si no más bien un reto personal. Tras pensarlo mucho y darme cuenta que mi año de aprendizaje finalizará justamente en el mes de noviembre del próximo año, he decidido que mi meta será presentarme a ese concurso y llevarlo a cabo. No pretendo ganar, pero si demostrarme a mi misma que puedo escribir una novela en tan solo 30 días. ¡A por ello!

Un abrazo,
Hasta pronto.

A.

sábado, 14 de septiembre de 2013

La lucha



La televisión proyectaba imágenes de las manifestaciones que tuvieron lugar en las plazas Taksim y Gezi en Turquía esa misma mañana y de la represión sufrida por los manifestantes y las personas que pasaban por allí, por parte de la policía. Gente corriendo, gritando, ambulancias que intentaban abrirse paso, policías persiguiendo a manifestantes irritados por el gas pimienta. Chorros de agua, contaminada con productos químicos, ensuciaban a los civiles indiscriminadamente; daba igual su edad, su género, su profesión, sólo importaba demostrar quien tenía el poder. La democracia turca se ponía en duda: el gobierno, elegido mediante elecciones, atacaba de forma brutal la libertad de expresión y de manifestación de sus ciudadanos.

Mientras tenía lugar el horror y el caos "democrático", una bandera colocada por alguna organización, bajo el lema "Por el derecho a mi vida, por la libertad de expresión, por eso estoy en Gezi", intentaba inspirar y transmitir esperanzas a aquellos que, olvidándose de sus diferencias, se unieron en un mismo lugar, para luchar por los derechos de todos, para cantar al mismo son por la libertad. Esa misma sensación intentaba transmitir también ahora, cuando cientos de personas del mundo entero veían estas mismas imágenes, entre ellas Iskander y Eylem, la cual había acabado de entrar en el salón, con una bolsa de hielo y un bote de crema. Se sentó al lado de su compañero en el sofá y con una mirada cómplice le tendió la bolsa de hielo para colocársela en la cabeza. Mientras la voz de la televisión contaba como después de la manifestación civiles pro gubernamentales patrullaron las calles, armados, en busca de manifestantes, Eylem se dobló el pantalón y se untó el tobillo con un poco de crema.

- ¿Qué crees que pasará ahora, Eylem? - ella se giró para mirarlo y con determinación y rabia, sonrió.

- Qué seguirá la lucha. - Dejó la crema a un lado y apagó la tele. Había escuchado suficiente.

No intercambiaron más palabras, tampoco hacía falta. Se acomodaron el uno contra el otro y se quedaron escuchando el ruidoso silencio de las calles. Estaban a salvo, por ahora, y solo les importaba pensar en el siguiente paso, soñar con la siguiente batalla. Mientras tanto, en una de las esquinas de la sala, un arrugado cartel, también soñaba, pero a diferencia de Iskander y Eylem, él lo hacía con la Utopía.   

jueves, 22 de agosto de 2013

Pena de muerte


 Miraba sin interés una cucaracha que a unos metros de ella se debatía sobre que dirección tomar, mientras sus amigos mantenían un debate sobre la pena de muerte, sentados en un banco que había en uno de los tantos parques de Valencia. Los escuchaba de fondo y no era consciente de que se empezaba a poner nerviosa con los comentarios de Laura. Odiaba ese tema de conversación, pero porqué ella estaba totalmente en contra y sentía pánico ante la idea de cambiar de opinión. Defendía plenamente la vida de los demás, incluso en los casos más extremos, además era activista en una organización internacional donde una de las premisas era defender la vida humana ante todo, al igual que el resto de Derechos Humanos, y esta actividad no había pasado desapercibida en su ideología. Gracias a su activismo había leído cosas y escuchado testimonios que le pondría la piel de gallina a más de una persona y que harían replantearse a muchas otras el sí la pena de muerte debería ser o no legal. Pero ella sabía que podría cambiar de opinión, porque era consciente de que no tenía como saber cual sería su reacción si alguien matase a su hermana o a sus padres. ¿Tendría ganas de matarlo/a? Ella quería creer que al principio, pensando en caliente, si que tendría esas ganas, pero en frío... sería otro asunto. Pero, ¿y si no fuese así? Eso la asustaba. Le daba miedo que después de vivir determinadas cosas, sus ideales pudiesen cambiar hacia mal, porque pasar a querer la muerte de alguien, para ella era horrible.

- Pero es qué tú no puedes castigar a alguien con la muerte. No puedes quejarte que han asesinado a alguien pero luego tú hacer lo mismo. Es pura hipocresía. - Se atrevió al fin a decir, indignada ante los comentarios de que la pena de muerte debería ser legal.

- Sara, si en algún momento -qué espero que nunca pase-, entran en tu casa a robar y matan a tus padres, ¿tú no querías lo mismo para el culpable?

Sintió el pánico invadirla, el pulso acelerarse y si hubiera tenido en ese momento un espejo delante suya, podría haber observado como sus pupilas se habían dilatado. Era la pregunta del millón.

- No lo sé. - Notó como todo el mundo se calló. La miraban como si hubiese dicho una atrocidad y ella no sabía si se sentía peor por esas miradas o porqué había sentido como si estuviera traicionando a sus padres. - Es que simplemente no puedo saber como reaccionaría, no soy adivina, y aunque sé que me asfixiaría de dolor, de rabia y de impotencia, no puedo saber si le desearía la muerte. - Intentó justificarse a sabiendas de que sus palabras no acallarían su conciencia ni el impacto que había tenido en los demás. Se removió incómoda en el banco y tan solo se relajó cuando una de sus amigas hizo un comentario divertido, intentando así que la tensión que flotaba en el ambiente desapareciese. Lo consiguió. Aunque con ellas siempre era igual; podían tener fuertes discusiones, hasta el punto de que si no fuesen tan amigas habrían acabado insultándose o algo peor, pero siempre había alguien que acababa haciendo alguna broma, o algún comentario mordaz cuando la situación más lo requería, sonsacando así sonrisas a los presentes. Solo entonces se dio cuenta que tenía una litrona entre sus pies, a la espera de que le diese uso. Y lo hizo. Dio unos tragos, intentando que la cerveza se llevase el nudo que se le había formado en la garganta anteriormente.  

lunes, 19 de agosto de 2013

Carta a unos padres




Queridos mamá y papá,


os escribo esta carta para explicaros mis motivos para tatuarme, para que no os sigáis preocupando por mi futuro y por el “¿qué dirán?”. Sé qué queréis lo mejor para mi, pero no os olvidéis de que yo también quiero lo mismo, y que para tomar decisiones que siempre estarán allí, he tenido que darle muchas vueltas a la cabeza. Sé que no lo comprendéis y que lo aceptáis porque me adoráis y porqué sentís que ya tengo una edad en la cual puedo decidir sobre mi cuerpo y mi vida, y efectivamente así es.


Cuando pensé en escribir esta carta había decidido que quería muchos más tatuajes y que incluso quería que algunos fuesen bastante visible. Lo siento, queridos padres, pero en ocasiones Narciso me invade. Pero no sabía como comunicaros esta decisión sin escandalizaros y sin abrir un abismo entre los tres. Os quiero tanto que me crearía mucho malestar elegir entre vosotros o mis deseos y sueños. Y es por eso por lo que tomé la decisión de escribirlo. Va a tener cinco partes ya que quiero abarcarlo todo y que lo entendáis lo mejor posible, y como maniática que soy, esos puntos quedarán en forma de epígrafes. Sé que puede parecer que esté haciendo un ensayo para la carrera, pero quiero que esto quede lo más “profesional” posible. De verdad, quiero que se entienda muy bien.

1. Simbolismo.

Como no podía ser de otra forma, el primer punto es el simbolismo de los tatuajes, al menos el simbolismo para mi, ya que cada persona le dará un significado diferente, supongo. A veces es difícil comprender porqué son tan importantes para mi, y creo que hay tres motivos fundamentales. La primera es mi necesidad de marcar aquellos momentos, ideologías, recuerdos, sueños, en mi cuerpo; que estén a la vista, pero que en cambio sea la única que los comprenda, porque incluso al explicar la razón, nunca la explico del todo en un afán de que algo que forma parte de mi, siga siendo algo tan solo mío. Me da pánico llegar a la vejez y perder mis recuerdos, dejar de ser… yo, porque para mi es eso, dejar de ser tú, y los tatuajes allí estarán, recordándome cada día algún momento de mi vida, aún cuando no sea realmente consciente de lo que signifiquen ya. El siguiente motivo es el de diferenciarse de los demás en una sociedad dónde para tener éxito y “ser alguien” se tiene que seguir una moda, un prototipo determinado de mujer, que aborrezco porque te corta las alas, te discrimina si no lo cumples, y te lo imponen sutilmente, haciendo que haya personas que se mueren de hambre por tener un “cuerpo 10” o que sufren en ropa incomoda, que te corta la respiración y unos tacones de infarto que diez segundos allí arriba y ya quieres quitártelos y tirarlos a la basura, pero no lo haces, porque tienes que seguir la norma. Lo sé, me diréis que a mi me gustan los tacones y que no entendéis porqué los crítico, pero no estoy maldiciendo a todos los zapatos con tacón, si no a los que son incómodos, perjudiciales para la salud, y que con un movimiento erróneo te puedes fracturar el tobillo en cinco partes diferentes. Sé que incluso los tatuajes se han convertido en una moda, cada vez hay más gente que se tatúa y que ya no tiene tan fuertemente marcada esa rebeldía hacia el sistema, pero aún así, sigo sin ver con todo el brazo tatuado a una ejecutiva de una gran empresa, a un miembro de alguna monarquía, o a un político que vaya a veranear y que puedan pillarle con esas obras de arte en su cuerpo. Y la última razón es la estética. No me refiero a la que está de moda, me refiero a esa estética filosófica, armoniosa, que hace que te invada unas sensaciones escalofriantes al admirar esa belleza, ese arte. No sé muy bien como expresar este punto, ya que lo siento tan dentro que las palabras no se sienten con fuerza de expresarlas, eso rompería su magia.

2. Trabajo.

Sé que una de las cosas que más os preocupan es mi trabajo. “¿Quién te va a contratar si estás toda pintarrajeada de esa manera?” Pues me contratará alguien que le de igual el aspecto de una persona. Estoy estudiando una carrera, que si llego a trabajar alguna vez en lo que quiero y me propongo, que lleve tatuajes será lo menos importante. Y aunque no trabaje en lo que quiero, siempre tendré mi librería, claro, si algún día consigo abrirla. Aún así, soy realista, está difícil el trabajar en lo que uno quiere y más hoy en día, pero justamente por eso no voy a trabajar en esos empleos en los que más importa el aspecto: no seré economista, ni abogada, ni política, ni profesora, ni trabajaré en una gran multinacional, y si la vida me lleva a hacerlo, dudo mucho que sea de cara al público, así que… no problem. ¿Creéis que se fijarán mucho en un bar si llevo tatuajes? ¿O cómo limpiadora? Porque seamos realistas, hoy en día es lo que me espera, aunque aún tengo la esperanza de que las cosas hayan cambiado un poco una vez haya acabado todos los estudios (Máster incluido, claro) y si no, siempre me quedará el extranjero. Pero como una esperanza más, saber que haré todo lo posible por alcanzar mis metas, incluso en el trabajo. Soy de las que creen que si te sabes mover, lo consigues. Y es por eso por lo que me muevo desde ya. Entenderlo, por favor.

3. ¿Qué dirán?

La familia, los amigos, los vecinos… sé que hay muchas personas de las cuales os importan sus opiniones y qué aunque no lo creáis os influencian más de lo necesario, pero es normal. ¿A quién sus amigos y familiares no han influenciado nunca? A mi me influencian y vosotros mismo lo hacéis, constantemente; vivimos en sociedad y tenemos una determinada cultura, y por ende… todo nos afecta. Pero quiero deciros que el grado en el cual os pueden afectar los demás y el tema en el cual lo hacen, depende de vosotros mismos. En mi caso, sé que me pueden influenciar de muchas maneras pero nunca lo harán hasta el punto de dejar de hacer lo que quiero y de ser yo misma. Puedo aceptar críticas, comentarios y opiniones, y depende del tema en el cual se basen, aceptaré modificar, rechazar, plantear/replantear, o no, las cosas. Pero al final, la decisión será mía, y el tomarme a bien o a mal esos comentarios al final también será cosa mía. Por eso os digo que lo que la gente diga, no os tiene que importar ni afectar tanto, y menos si es algo que realmente no tiene mucho que ver con vosotros: es mi cuerpo, es mi vida, ¿por qué los demás tienen que criticarla? ¿Con qué derecho y con qué cara los demás pueden decir que algo ajeno a ellos está mal?

4. Futuro.

Bueno, aquí está una de las preguntas clave, y que en más de una ocasión me han hecho. “¿Y qué pasa si te dejan de gustar y los llegas a aborrecer?” Pues bien, ¿y si eso no llega a pasar nunca? ¿Acaso la gente piensa siempre en su futuro cuando se hincha a coca cola, bollos, pastillas, tabaco, alcohol, o cualquier producto perjudicial para su salud? Esos productos pueden tener más efectos adversos y más dificultades a la hora de eliminarlos que los tatuajes. Además, con total seguridad que el tema de los tatuajes me lo he planteado mejor que ellos la ingesta de determinados productos, algo que puede observarse en esta carta. Y otra cosa, ¿acaso todos nuestros actos en esta vida son en base a lo que pasará en el futuro? Porqué si fuese así, apuesto que muchas personas se habrían comportado de otra manera, así que la pregunta del futuro, queda descartada en mi decisión de tatuarme o no. Pero bueno, como quiero ser lo más realista posible en este tema, para que así vosotros también lo comprendáis mejor, os diré que en el momento en el cual alguno de mis tatuajes no me gusten y me lo quiera quitar, me lo quitaré: la tinta negra es fácil quitarla y que no quede cicatriz. Así, sin más.

5. Dinero.

Y aquí está el dichoso tema, el cual aunque no me guste, tiene que estar por razones más que obvias. Nunca os pediré dinero para tatuajes, eso de partida. Todos los que me haga será con dinero propio o porque me lo hayan regalado, sí, me pueden regalar tatuajes, es un buen regalo, aunque no lo creáis y aunque pueda no parecerlo. Si tengo que esperarme un año para ahorrar y hacerme el tatuaje que quiero, lo haré. Si tengo que trabajar (claro, si encuentro trabajo) más, para poder permitírmelo, lo haré. De verdad que son muy importantes para mi, no sólo una moda pasajera.


Y allí están todos los puntos, a lo mejor no desarrollados de la mejor manera y que a lo mejor, seguramente, no os haya convencido para apoyarme más al respecto, pero lo he intentado, y al menos sé que ahora sabéis lo que significan para mi y eso ya es algo muy importante.

Desahogo


Estoy tan frustrada y cabreada con este sistema y con las jodidas reformas que han estado haciendo que a veces el pacifismo y la violencia se me mezclan, se funden, se transforman en mi cabeza sin saber ya que defender y qué quiero, y una intenta desprestigiar a la otra, en una lucha por ganar espacio en mi mente y cuando gana la violencia, frases como “acabaremos con vosotros, malditos cabrones, veréis de lo que somos capaces” inundan mi cabeza, calentando mi espíritu. Pero cuando el pacifismo gana, aun cuando estoy mejor conmigo misma, no puedo evitar que en ocasiones, remansos de pesimismo me invadan, o  ¿es que acaso este sistema corrupto, denigrante, estratificador, patriarcal y un largo etcétera de términos negativos, se quedará de manos cruzadas cuando de verdad se vean amenazados por el pueblo? Y cuándo eso pase… ¿nosotros seguiremos con las manos alzadas cantando que “estas son nuestras armas”? Y es así como mi dilema vuelve a empezar, bailando en un círculo vicioso, el cual por ahora, no tiene fin.

Hirondelle


Desde que era una cría empecé a sentir una predilección por los libros, un amor y una obsesión que me satisfacía. Nunca me olvidaré cuando le dije a mi abuela que ya era mayor para libros con dibujos (tendría unos ocho años) y que quería que desde ese momento me regalase siempre libros sin imágenes. Ella era mi fuente de libros, puesto que por esas fechas mis padres habían venido a España, y mi hermana y yo vivíamos con ella. Días después vino a casa con un libro de Leyendas y ¡sin fotografías! No os podéis imaginar lo feliz que fui en esos momentos.
Años más tarde, cuando era una adolescente hormonada, empecé a incubar lo que más tarde sería uno de mis más grandes y personales sueños: abrir una librería. A día de hoy lo tengo casi todo pensado: sé como tiene que ser por dentro, sé sus secciones, sus comodidades y las ofertas culturales que quiero que ofrezca. Sé que tiene que ser en Barcelona, o si no, en algún rincón mágico de Francia, de Irlanda o por qué no… de Italia. Y hasta sé el nombre: Hirondelle. Puesto que las Golondrinas son sinónimo de Libertad, porque desprenden magia con cada aleteo, porque ilusionan cuando las ves volver cada primavera, rondando tu ventana.

No sé cuando podré llevar este sueño a la realidad, ni como será el mundo, ni que será de la literatura dentro de unos pocos años, y de los maravillosos formatos papel que hoy en día empiezan a transformarse en aparatos tecnológicos, fríos e inertes de vida. Pero sé que lo quiero intentar, aunque para ello tengo que buscar durante años el rincón más apropiado para el tipo de librería que yo quiero, y aunque para ello tenga que renunciar a los países en los que sueño abrirla, para tener que irme al otro lado del mundo. Porqué por mi Hirondelle, merecerá la pena.

Ellos vs Tú


Te mienten, te roban, te asesinan, te encarcelan, te reducen a una cifra, a un porcentaje, ¿y tú qué haces? Los votas, les das tu dinero, tu tiempo, tu vida y cuando te destrozan no haces nada. ¿Qué hace falta para que saltes de tu sofá y aterrices en la calle, con el puño en alto y con un micrófono por voz? ¿Qué te apunten con un arma? ¿Qué sean tus padres, hermanxs, hijxs, y/o pareja a quien maten? ¿No es suficiente con atentar contra la vida, la libertad, la integridad de los demás? ¡Son personas, joder! ¡Cómo tú, cómo yo! Con unos sueños, unas esperanzas, una vida. ¿Dónde queda la sororidad/fraternidad, el apoyo mutuo, la lucha continua? Maldita sea, parece que los demás no tengan nada que ver contigo, y no te das cuenta que no eres nadie sin el otro. No somos nadie sin los demás. ¿Cómo puedes dormir sabiendo que eres cómplice de la destrucción de los demás? ¿No tienes pesadillas? Porqué a mi se me cae la cara de vergüenza incluso cuando paso por al lado de un necesitado y no puedo ayudarlo y sé que yo llegaré a casa y tengo una cama, una ducha y comida. No lo entiendo, de verdad que no. No sé como te puedes quedar en casa con todo lo que está pasando, con todo lo que esos malditos bastardos hacen. ¡Se están pegando la gran vida a costa de la nuestra! ¿No te das cuenta? ¿Cómo puedes no hacerlo?

Son unos putos vampiros y nosotros su sangre fresca y tú…

Regreso


¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde la última vez que estuve aquí? Días, semanas... meses. Lo había dejado pensando que ya había pasado esta etapa, que necesitaba otra cosa; otro nombre, otra temática. Un sitio en el cual poder dejar cualquier cosa que quisiese: un texto, un pensamiento, una reseña o un crítica: absolutamente cualquier cosa. No funcionó. No lo hizo porqué no sentía apego hacia ese blog. No era Poesenthya Cocco. Esta noche volví a entrar a ese sitio, llevada por a saber qué pensamiento, y me encontré un comentario nuevo en mi última entrada. Era de una antigua blogger que seguía fervientemente y que ella me seguía a mi: Yaiza. Sus palabras removieron algo, me despertaron de cierto letargo "bloguil". Volví a visitar este blog, mi pequeño. Releí entradas, me acordé de los buenos momentos, reflexioné un poco y me pregunté: ¿por qué no renovar éste? ¿Por qué no editarlo y dejarlo tal cual yo quería pero guardando ese pasado y ese cariño entrañable que sentía por él? Y al final, decidí, algo más que obvio teniendo en cuenta esta entrada. Y aquí estoy, con nombre nuevo -sin perder el Cocco, por supuesto- en el mundo blogger, ya que fuera lleva siendo mi seudónimo desde hace un tiempo.

He decidido que algunas de las entradas de ese otro blog, de ese hijo bastardo al cual aún queriendo y ofreciéndole mi apellido, no conseguí darle el cariño necesario, las traeré aquí, aunque sea para darle cierta importancia a su existencia. 

Creo necesario despedirme ya y ponerme manos a la obra al traslado y a la mudanza de esas proezas y otros textos, que alguno que otro tengo guardado por allí, aún cuando la inspiración lleva tiempo sin visitarme, algo que, nuevamente, no es de extrañar.

Un abrazo a toda aquella persona que me lee, se acuerda de mi y se alegra de mi regreso.