Amor... relación...
pareja... no sé porque la gente se empeña en juntar a otros y en
querer que todo el mundo tenga a alguien a su lado. Abuelas que te
preguntan por tu novio, familiares que te preguntan cuando te vas a
casar, conocidos de tus padres que de vez en cuando sueltan un “nos
veremos pronto en alguna boda” y que te miran con cara de pillines
como si lo supieran todo... y amigas que te preguntan constantemente
por tu vida amorosa, como si en la semana que ha pasado sin veros
hayas podido encontrar al amor de tu vida, a tu media naranja, a ese
príncipe azul; y si no te gustan las naranjas ni el color azul, da
igual, te jodes, porque deberían gustarte. A veces me da la
sensación de que se empeñan tanto en juntarnos con alguien porque
de esa forma justifican sus propias relaciones y sus malas
elecciones; en fin, su mierda de vida tendría entonces, una razón.
Pero no, señoras y señores, señoritas y señoritos, no, no es
necesario tener a esa persona especial, ni empezar a pensar en
campanas en cuanto vas acercándote a la treintena. No estoy diciendo
que no es bonito, divertido o agradable tener a ese alguien, válgame
dios, no quiero que le de un infarto a mi pobre abuela, que sueña
con verme vestida de blanco y con que llegue casta y pura hasta el
matrimonio, no, no es eso lo que estoy diciendo. A lo que me refiero
es que se puede tener otra filosofía de vida, otras ideas, otras
aspiraciones y entre todo esto puede estar el no querer casarse, el
no querer tener una pareja estable.
Yo personalmente estoy
harta de esos convencionalismos y ese imaginario colectivo según el
cual una mujer es completa, feliz y agraciada por la vida, cuando se
ha casado, tiene su propia casa y, como poco, un hijo. Será porque
soy una lisiada emocional, quien sabe. Sí, habéis escuchado bien:
una lisiada emocional. Soy una de aquellas personas que no saben como
comportarse en una relación que no sea de compañerismo, de trabajo,
de odios o de sexo de una noche o como mucho, de dos. Os parecerá
exagerado, pero si os confieso una cosa, aquí entre nosotros, me
pongo nerviosa incluso cuando un colega me pasa el brazo por los
hombros, da igual con la intención con la que lo haga, yo me tenso,
me preparo para una pelea, y no me refiero a ese tira y afloja en el
cual salimos ganando los dos. Será por esto por lo que a lo mejor no
me van las relaciones serias, y dicho así, sí, a mi abuela le dará
un síncope si llega a saber esto. Pero en fin, no me voy a callar
porque a mi entorno le pueda escandalizar mis ideas y mis opiniones.
A ver, no pretendo
inculcar a nadie mis opiniones ni mi estilo de vida, al fin y al cabo
cada uno es responsable de como se destroza la vida, pero oye, ya
está bien de criticar a los demás por no cumplir con esas normas
sociales implícitas. Yo soy feliz con mis sesiones de “aquí te
pillo, aquí te mato” y con toda la cama para mi sola. Y me gusta
eso de despertarme por las mañanas, tener mi maravilloso loft para
mi sola y saber que puedo hacer lo que me apetezca sin que haya nadie
pululando por allí. En el fondo soy una egoísta compulsiva a la
cual no le gusta arreglar su vida en base a la de los otros, y no me
crea ninguna satisfacción cuando tengo que hacerlo por algún amigo
o familiar; puedo ser una persona maravillosa, buena amiga, buena
hermana, hija, nieta... pero cuando las iniciativas salen de mi y no
porque me lo pidan los demás, que le voy a hacer, me desagrada
infinitamente eso de no poder hacer lo que me sale de mis perfectos
ovarios tan solo por cumplir con las expectativas de los demás:
hacer eso sería una soberana gilipollez. Eso sí, que lo hagan por
mi me encanta, y me molestaría si no lo hiciesen. La verdad es que
no tengo ni la menor idea de porque sigo teniendo amigos y de porque
mi familia me sigue adorando; esto es algo que jamás comprenderé.
En definitiva, no sé si los raros son ellos o yo. O ambos. Todos.
Sí, creo que todos somos un poco raros, al menos a nuestra manera.
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