Te despiertas una fría mañana de
invierno y te quedas observando el blanco techo que te observa en silencio. Ni
una sola mancha. Ni una grieta. ¿Pero acaso te importa? En absoluto. Te cuesta
salir de la cama y no por sueño, ni por vagueza, si no por frío. Un frío que te
cala hondo y que tarda en abandonarte. Y llegas al baño, enciendes la luz y te
miras al espejo. “Necesito un café.” Piensas.
[…] El resto del día es tranquilo. Palabras que escuchas, actos que observas…
nada diferente. Pero hay algo oculto dentro de ti, algo que si que es diferente
a otros días y es la reflexión, la inquietud.
Llega un momento en la vida en el
cual te tienes que replantear todo aquello en lo que crees, todo aquello que
eres y todo aquello que algún día te gustaría llegar a ser, o hacer. Y ese día,
para ti, ya ha llegado. ¿Cómo? Lo más seguro es que ni siquiera tu lo sepas.
Pero piensas y piensas y desechas creencias que ahora se te antojan inútiles,
sin fundamento alguno. Y acoges ideas nuevas, más coherentes con tus gustos
actuales, con tu ideología. Llevas ya meses así y sabes que algunos meses más
pasarán hasta que tengas todo claro, hasta que por fin sepas quien eres y hacia
a donde vas. Pero ya has dado el primer paso, y es el de querer mejorar, el de
querer ser más tú y menos aquella persona que una sociedad ha construido a base
de mentiras, de sutiles manipulaciones. Sabes que están siendo unos meses
caóticos, unos meses de dormir poco y de dormir mal y que a lo mejor no tiene
nada que ver una cosa con la otra, pero te da igual, porque al fin y al cabo lo
que te importa es mejorar. Ser más… tú.
Sin nada